4/4/18

Parece que sólo hay un camino posible: Vivir mejor con menos

DECRECIMIENTO Y DESARROLLO RURAL
Decrecimiento vs Crecimiento ilimitado

Existe un movimiento a nivel global que, aun siendo minoritario, no deja de sumar voces que se alzan en pro de su difusión: el decrecimiento. La idea del decrecimiento nace a finales del siglo pasado de pensadores  y economistas críticos con la sociedad de consumo y con el modelo de crecimiento. Aunque toma fuerza como movimiento en Francia, en los años 90, de manos del economista y filósofo francés Serge Latouche, que continúa siendo la cara visible del movimiento en su país.

En la base del movimiento decrecentista está el cuestionamiento de uno de los pilares del celebrado estado de bienestar, el crecimiento económico, uno de los baluartes de la economía capitalista hacia el que se orienta el discurso político dominante. Este crecimiento no sólo NO se cuestiona desde las instancias políticas sino que se presupone infinito, ilimitado, y está formulado presuntamente en favor de nuestra felicidad, en favor de nuestro bienestar.

El gran indicador que mide el crecimiento de la riqueza de un país es el PIB, si éste aumenta, el nivel de vida de sus habitantes también, a la par que su bienestar.

Además de no tener en cuenta las desigualdades sociales, el PIB esconde una fórmula tan sencilla como engañosa: hay que trabajar más para producir más, para ganar más dinero y poder comprar todo aquello que producimos (para seguir trabajando y produciendo) y ser, supuestamente, más felices. Así hasta el infinito, en un bucle continuado.


Resulta cuanto menos curioso, que el PIB sea un valor que incluso las grandes catástrofes o la contaminación hacen aumentar.

Detrás de esta visión mercantilista de la sociedad está la creencia de que el hombre debe dominar la naturaleza y utilizarla en su provecho. El decrecimiento cuestiona esta creencia y Latouche lo resume en el siguiente eslogan: “un crecimiento infinito no es posible en un mundo finito”.

Para todo lo que se deriva de nuestro modo de vida necesitamos tierra: para producir alimentos, para construir coches y generar combustibles, para vestir, para construir edificios, etc, incluso para llevar a cabo el reciclaje de los residuos se necesita un pedazo de tierra. Además, el gasto en transportes es ingente en una economía globalizada como la nuestra. Los países del Norte vivimos derrochando los recursos que la naturaleza conservó durante millones de años, haciendo disminuir cada vez más la biodiversidad e impidiendo el acceso igualitario de la población a estos bienes. La crisis ecológica se hace patente en el agotamiento de los recursos naturales (materias primas y combustibles fósiles), en la destrucción de los ecosistemas y en la contaminación de los acuíferos. Los efectos globales de la contaminación tienen su cara más visible y evidente en el cambio climático.

Esta huella ecológica está sobrepasando con creces la capacidad de regeneración de la biosfera, superada en la actualidad en un 30%.

El informe Brundtland en 1987 y más tarde la Cumbre de Río en 1992 lanzaron el término desarrollo sostenible como un camino que permitía seguir avanzando y a la vez respetar los límites ambientales. Sostenibilidad significa que las/os ciudadanas/os que poblamos el planeta hemos de controlar los modos de producción y los niveles de consumo, intentando cubrir las necesidades básicas de la población actual sin hipotecar las de las generaciones futuras.

La realidad es que el uso del término sostenible se ha generalizado. Se aplica ahora a cualquier proyecto, aparece con frecuencia en boca de gestores, políticos, constructores, profesores, etc. Y constituye, cuanto menos, un término ambiguo, ya que presenta tantos significados como usuarios, y políticamente engañoso, puesto que tiene un uso retórico orientado a legitimar el actual estado de cosas. Algunos autores detectan que se trata de una conjunción imposible: el desarrollo nunca podrá ser sostenible, pues llega un momento en que el desarrollo ya no aporta más beneficios y se vuelve perjudicial. Vacío de contenido, el inicialmente celebrado desarrollo sostenible, empieza a quedar escaso para definir la respuesta al reto frente al que nos encontramos.

Por si esto fuera poco, los derroteros por los que discurre nuestra civilización nos sitúan en posición de concluir que ni trabajar mucho, ni comprar, ni consumir nos proporcionan felicidad, o al menos no una felicidad duradera. La percepción a nivel general es que estamos rodeados de insatisfacción y que síntomas como la ansiedad, el vacío existencial, la desmotivación o la depresión ganan terreno al disfrute y a la alegría de vivir.

Por eso, frente al discurso dominante del crecimiento económico se sitúan quienes proponen un cambio de imaginario, una revalorización de los aspectos no mercantiles y no cuantitativos de la existencia humana, un redescubrimiento de otro tipo de riquezas, como la riqueza de las relaciones por ejemplo, dotando de sentido a los lugares y a las personas cercanas. Al mismo tiempo, se propone una reestructuración de todo el aparato productivo, para reducir la huella ecológica de la que hablábamos. El profesor Carlos Taibo (impulsor del movimiento decrecentista en España), resume la propuesta en los siguientes puntos: (Carlos Taibo. 
El Decrecimiento como alternativa. https://www.youtube.com/watch?v=xopPWI6Mom8 ):

Relocalizar las actividades económicas. Recuperar la vida local, haciendo uso de la autogestión y la democracia directa.

Primar la vida social frente a la lógica consumista.

Reducir la actividad productiva de sectores económicos como la industria del automóvil, de la aviación, de la construcción, la industria militar y la de la publicidad.

Propiciar, en cambio, el desarrollo de las actividades económicas relacionadas con la atención a las necesidades sociales insatisfechas y con el respeto al medio natural.

Promover el ocio creativo frente al ocio mercantilizado.

Reducir drásticamente las estructuras administrativas, productivas y de transportes.

Finalmente, adoptar la sobriedad y la sencillez voluntarias como modo de vida.

Simplicidad en el vivir, en el consumo, en nuestras relaciones y en todas las esferas de nuestra vida diaria. El movimiento de la simplicidad voluntaria aboga por eliminar todo lo superfluo e innecesario en nuestras vidas para liberar tiempo y recursos para vivir una vida más consciente, libre y plena. Una idea que no es nueva, sino que tiene profundas raíces históricas: los filósofos de la Antigua Grecia, los taoístas, los primeros cristianos, ya propugnaban la vida simple como camino hacia la felicidad y la paz interior.

Existe una fuerte identificación también entre decrecimiento y feminismo. Poner en entredicho el modelo capitalista de crecimiento ilimitado implica cuestionar también el paradigma del patriarcado como sistema social y moral que lo sustenta. Frente a la lógica capitalista patriarcal, la economía feminista propone poner en el centro el mantenimiento de la vida; el consumo es desplazado y deja así de ser el motor de la sociedad.

Hay quienes identifican el movimiento decrecentista con un movimiento triste. En este sentido, Julio García Camarero ha introducido en nuestro país el concepto de  decrecimiento feliz, que plantea que el objetivo fundamental del decrecimiento es conseguir la felicidad de las personas y el desarrollo humano.

Pese a no ser un término fácilmente aceptado y a las críticas que suscita, decrecer, como sostiene Latouche, no es algo negativo, sino algo necesario. No hay que entender el decrecimiento como una alternativa concreta al modelo actual, sino como una llamada de atención sobre los riesgos de la situación que vivimos; hay que verlo como un eslogan que agita conciencias, un grito por el cambio, un espacio donde desarrollar experiencias alternativas.

Parece que sólo hay un camino posible: vivir mejor con menos.





A veces creemos que los que vivimos en los pueblos no tenemos nada que ver en estos procesos, que nuestros modos de vida todavía están anclados en el pasado y que por lo tanto los problemas del hambre, del subdesarrollo o del medioambiente, no nos competen. Y no es cierto. El medio rural es una de las primeras víctimas del modelo de desarrollo practicado especialmente en estos últimos 60 años. El capitalismo, la globalización, la industrialización, han transformado la vida de los pueblos. Tenemos más dinero y menos esperanza, porque dependemos cada vez más en lo económico, en lo social, en lo cultural, de lo que nos dictan desde fuera. (Aguado Martínez, J. Sostenibilidad y decrecimiento para un mundo rural vivo).

En nuestro anterior post analizábamos el tema del decrecimiento y lo situábamos como alternativa al desarrollo planteado en términos económicos. Dado que nos encontramos en un enclave rural (Norte de la Sierra de Aracena), rodeados de poblaciones que rondan los mil habitantes, nos planteamos cómo habría que afrontar el desarrollo rural en adelante.

También en aras del desarrollo rural se ha hecho un uso habitual en los últimos años del adjetivo sostenible, entendido como un proceso de crecimiento económico que tiene como fin el progreso permanente de la comunidad rural, que busca mejorar la calidad de vida de estos núcleos y conservar el medio ambiente.

Ya hemos citado los puntos débiles de esta definición, políticamente correcta pero nada realista en la práctica. En nuestro caso, la vía alternativa al abandono de saberes y prácticas tradicionales ha resultado ser la de atraer un turismo de fin de semana y durante los periodos vacacionales. En esta línea se han consolidado prácticas que no siempre priman la conservación del paisaje (el bien más preciado de que disponemos y, por ende, el reclamo turístico más utilizado). Se da la oferta masiva de alojamientos rurales, se organizan eventos deportivos y salidas al campo que generan muchos deshechos en su transcurso, vertidos al campo de forma incontrolada. Nos referimos a carreras de bicis, senderos multitudinarios, recolección descontrolada de productos de temporada (espárragos, setas…) rutas en moto, etc. Todo esto, unido a una hiperexplotación ganadera (la otra salida laboral para quienes no optan por el filón turístico), no parece hecho desde una conciencia de respeto al medio ambiente sino más bien pensando en su explotación económica a corto plazo.

Poco a poco, hemos roto la alianza entre el ser humano y la naturaleza, del agricultor y el ganadero con el entorno natural. Se ha quebrado la vinculación tradicional de las comunidades campesinas con la tierra, el bosque, los pastos y los ríos.

Urge por tanto revisar el paradigma vigente también en cuanto al desarrollo rural y sentar las bases del nuevo rumbo que nos reclama el desarrollo humano. Desde la óptica decrecentista, un desarrollo rural auténticamente sostenible pasa por una vuelta a lo tradicional y a la vida sencilla:

Recuperar saberes y prácticas realmente ecológicas de aprovechamiento de los recursos, desde el cultivo de huertas o el pastoreo hasta el conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas. Volver a una agricultura viva y a una ganadería tradicional, en manos de pequeños productores que habiten en los pueblos, y que éstas sean el motor de la economía de las comunidades rurales, rescatando el acto ético de producir alimentos sanos y nutritivos para todos los seres humanos.

Volver a contemplar actividades ahora en desuso, como el trueque. Si cada uno intercambiase lo que tiene y no necesita, por otras cosas que sí necesita pero no tiene, compraríamos menos cosas, al mismo tiempo que fomentamos las relaciones interpersonales.

Recuperar la relación directa y sana con las personas, crear espacios para el trasvase generacional de conocimientos, para el asociacionismo y el compartir. Potenciar la vida comunitaria y la red de ayuda que ésta ofrece.

Ser lo más autosuficientes posible y consumir productos de temporada y de cercanía, recurriendo a la pequeña tienda del pueblo en vez de a las grandes superficies comerciales, cuyos productos la mayoría de las veces han recorrido miles de kilómetros para llegar hasta nosotros.

Gestionar de forma integral y comunitaria los recursos. Lo cual supone rescatar el valor material (no especulativo) y espiritual de la tierra, el agua, las semillas, etc. Por ejemplo, el agua, un bien público cada vez más escaso, está ahora en manos de grandes empresas que especulan y comercian con ella, agotando los recursos hídricos y empobreciendo la tierra.

Necesitamos políticos sensibilizados con esta nueva conciencia; así atraeremos también a un turismo más concienciado con el respeto al entorno, a los ritmos y a los habitantes de nuestros pueblos.

Proponemos un modelo basado en la calidad más que en la cantidad. En el SER, más que en el TENER. En la constancia y la permanencia y no en la inmediatez.

En esta nueva lógica, se abren algunas perspectivas interesantes para los jóvenes que quieren vivir en el pueblo y disfrutar con otros valores, lejanos a los imperantes en la actual sociedad competitiva y de consumo.

Todo depende de si somos capaces de rescatar los auténticos valores de una cultura que mantuvo vivos los pueblos durante miles de años, de sostener la alianza del hombre y la mujer con la naturaleza frente a la agresividad actual, de ser capaces de asumir la austeridad, que no es pobreza, como modo de vida para plantar cara al consumismo ilimitado. De poner en valor la vida comunitaria como canalizadora de nuestros deseos y fortalezas, frente al aislamiento y el individualismo.

Existe ya una pequeña economía social y solidaria, que se desarrolla en su mayor parte en ámbitos rurales, que emerge a la sombra de los ideales decrecentistas y que busca la transformación del modelo de producción y consumo en su área de alcance. En Tomates Felices, hacemos nuestra pequeña contribución a este nuevo modelo, apostando por el cultivo tradicional de nuestras huertas, situadas en terrenos en desuso, y la elaboración, con los productos recolectados, de mermeladas y patés de manera totalmente artesanal. Así creamos oportunidades de trabajo para el colectivo de personas con problemas de salud mental, promoviendo espacios de relación directa con las personas del entorno y rompiendo las barreras que separan a las personas con alguna enfermedad mental del resto de sus congéneres. En el horizonte está romper los obstáculos para que esta economía social y solidaria llegue a una gran mayoría de la población y promover la cooperación entre proyectos afines y/o complementarios.

Nuestro propósito es seguir adelante, seguir con nuestra labor inclusiva y con nuestro disfrute de la vida sencilla en el pueblo y de los grandes placeres que nos ofrece. Continuar creciendo (¿o debemos decir decreciendo?), si el clima nos lo permite, claro.

Pilar Gil - Tomates felices







1 comentario:

Unknown dijo...

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