5/10/17

Resulta más fácil hablar de independentismo que de relocalización económica

DE LA NACIÓN A LA EMANCIPACIÓN
Dejaré al margen en esta reflexión el debate entre legalidad y legitimidad a la hora de abordar el derecho a decidir la independencia de un territorio, (que en buena lógica tendría que ser aplicable igualmente a territorios más pequeños). Parto de la base de que la carencia de legitimidad de las leyes acaba creando tensiones o rupturas de uno u otro tipo con el orden establecido, (como enseñaba, por ejemplo, Castoriadis). Y la legitimidad no es precisamente el punto fuerte de una constitución que se nos ofreció cocinada desde las élites como única alternativa a la continuación de la dictadura, y que además no ha sido refrendada por la población actual. 

Por otra parte si la lógica explotadora que marca nuestro tiempo destruye nuestro medio ambiente y conduce a la deshumanización, el camino opuesto pasa por una verdadera  democracia, pues esta introduce el criterio humano por encima del productivismo, de la burocracia (pública o privada), de la plutocracia y de la tecnocracia. Una mayor capacidad política de las personas humanizaría la sociedad, y esto permitiría el ejercicio del sentido de la responsabilidad en lugar de enquistarse en una única decisión magnificada precisamente por ser negada, convertida en un conflicto cargado de emociones y en una cuestión de amor propio.

Sin embargo el empuje de la sociedad civil nacionalista en países hiper-desarrollados,  que ha decidido ser connivente con sus élites locales en esta aspiración, contrasta con la falta de empuje emancipador. Resulta paradójico que no se reivindique una mayor independencia respecto al sistema productivo que nos oprime a diario como principal aspiración una vez que se tiene suficiencia económica mientras se magnifica el problema de la dependencia territorial. Creo que ambas cosas tienen un origen cultural -pues no es la necesidad lo que está en esta forma de motivación- anclado en la modernidad. Dos tercios de los ciudadanos de estos países viven -vivimos- en cierto modo como niños mimados gracias a la explotación ambiental y esclavista de tierras lejanas.


La competencia abusiva entre territorios es una seña de identidad de nuestro tiempo y está en su ADN, ya diseminado como una planta transgénica por todo el mundo, (y por supuesto, no sólo entre los separatistas). Todos utilizamos ese marco para analizar los problemas globales y cómo nos afectan localmente, y utilizamos ese mismo marco para intentar resolverlos. Esto no es una auto-acusación sino un problema también para nosotros; un problema que impregna a la sociedad de una lógica economicista y explotadora que nos angustia.

Para entenderlo hay que analizar la marca psicológica que supone crecer como niño mimado o privilegiado por su origen (aun aceptando que no es más que un estereotipo que no se cumple tal cual en cada persona). Esta condición social no implica sólo una ventaja sino también una debilidad de carácter que hace a las personas dependientes y temerosas de perder esa prebenda de origen que ha facilitado su vida, o bien las lleva a la ansiedad por no poder lucir mejor en el ranking de los privilegios que ha marcado su psique. Así se entiende que incluso en las sociedades opulentas tenga tanto peso el argumento de la discriminación económica, también entre territorios, dando alas al nacionalismo (y cadenas para su negación al centralismo): en algunos casos la independencia podría optimizar mejor el desempeño patrio en una globalización económica que favorece a las zonas y a las personas más ricas gracias a la fragmentación política.

Por supuesto, el peso de la cultura local -a menudo menos "diferente" de lo que se quiere hacer ver- juega un papel en el reclamo nacionalista: es el uso utilitario de la misma por parte de las élites para lograr la seducción de masas que todo movimiento social necesita y del que estas élites serán las principales beneficiarias. Lo que ofrece el nacionalismo desde sus orígenes burgueses es un paliativo acomodaticio para el sentimiento de desarraigo propio del individualismo materialista promovido por esa misma burguesía desde los albores de la modernidad. No es que esa cultura local no exista ni merezca la pena ser preservada. Todo lo contrario. Pero como decían en este comunicado de la CNT de Vilanova i la Geltrú (que data de 1983), "[el patrimonio cultural] pertenece a la sociedad civil, y el nacionalismo es una creación del poder político separado de la sociedad civil." 

Por otro lado el nacionalismo aísla quirúrjicamente las diferencias culturales para sublimarlas en forma de esencia idealizada invirtiendo así el sentido de nuestra naturaleza cultural. Como también se dice en el texto anterior: "Si la cultura no es otra cosa que la superación de los procesos naturales que forman el proceso vital del hombre, es, en su esencia interna, en todas partes la misma a pesar del número siempre creciente y de la diversidad infinita de sus formas especiales de expresión. No hay culturas cerradas que entrañen las leyes de su propio origen. Lo común que sirve de base a toda cultura es infinitamente más grande que la diversidad de sus formas exteriores."

Y es que, al igual que ocurre en la relación entre economía y ecosistemas, la cultura no se da en el vacío, y de hecho, para lograr una menor insostenibilidad y cierta emancipación necesitamos, entre otras cosas, un cambio cultural simultáneo en casi todos los lugares del planeta de acuerdo a nuevos parámetros; una nueva hegemonía que no alcance sólo a las formas de consumo y a los hábitos de vida sino también a las apuestas políticas.

Esta racionalidad ecológica no estaría reñida con la diversidad, como si ocurre con el absolutismo de la racionalidad económica liberal, que desde la idealización del estado-nación implanta en cada patria los mismos hábitos comerciales que igualan el mundo más allá de los días de folclore. Por contra, una valoración más realista de nuestra ecodependencia y de nuestra interdependencia fomentaría la diversidad en convivencia al revalorizar el localismo y al reconocer los límites de la razón. A pesar de todo lo que creemos saber, nuestra ignorancia es de proporciones "trascendentes" y haríamos bien en hacer prevalecer el principio de precaución junto al respeto a las diversas creencias sobre lo que no podemos conocer.

En principio la reivindicación nacionalista es la demanda de un cambio que por sí mismo no cambia nada dentro del colectivo que se independiza, pudiendo seguir tan alienado, insostenible y desigual como antes. Pero, volviendo al argumento iniciado más arriba, la globalización económica favorece a las regiones que, siendo ricas, se mantienen al margen de compromisos políticos con el resto del mundo mientras compiten sin restricciones en un mercado global que no cuestionan. Un síntoma de esto es que resulte más fácil hablar de independentismo o de patriotismo de cualquier bandera que hablar de aranceles o de relocalización económica o de impuestos pigouvianos sobre el transporte, sobre la destrucción ambiental lejana o sobre el esclavismo (sin muros que detengan su aprovechamiento). Interiorizado el marco de la competencia como patrón para la actividad humana, la posible ventaja sobre los demás acaba prevaleciendo sobre otras reivindicaciones.

El nacionalismo logra así dividir (o engañar) a la población como ya ocurriera en la Primera Guerra Mundial, cuando la Segunda Internacional quedó relegada en favor del patriotismo popular. Seguimos sin novedad en el frente por mucho que cambien los vencedores. Pero la universalización de una lógica patriótica, crecentista y competitiva está generando también problemas uniformes que sólo tendrán solución desde acuerdos políticos transnacionales para apostar por una relocalización económica cooperativa.

Los planteamientos de la izquierda decimonónica no pueden enganchar ya a la mayoría de la población de las regiones más insostenibles del planeta, bien nutrida y ahíta de distracciones a demanda. No es un problema de suficiencia económica. Y estos partidos acaban entrando con matices en el juego del neoliberalismo imperante, relegando el internacionalismo, o bien obtienen sólo el voto de la minoría excluida. Sin embargo eso no quiere decir que no exista un problema de explotación incluso entre los empleados mejor pagados. No es raro escuchar entre estas personas que cambiarían con gusto parte de su salario por más tiempo libre y sosiego, y sin duda esta sería una reivindicación más potente si tuviera un engarce político explícito y desarrollado, (como podría ser el fomento y la protección de las excedencias y las reducciones de jornada voluntarias entre otras medidas). Pero esto exige plantarse frente a la globalización económica que impone la máxima competitividad a cada estado-nación, (grande o pequeño).

Si a esto unimos el problema de la insostenibilidad de este modelo y la represión económica ejercida sobre ese otro tercio de la población que subsiste precariamente o en la exclusión social, (a su vez infundiendo ansiedad economicista o posicional al resto), podremos ver que tenemos nuevos motivos y que necesitamos nuevas herramientas para reivindicar una cambio transnacional a favor de la vida, a favor de la emancipación humana como parte de ella, a favor de la autonomía y de un bienvivir  auténticos.

Si bien la lógica de las economías de escala ha elevado el productivismo a su máxima expresión, deberían ser ya evidentes los "efectos secundarios" suicidas, la desigualdad y la dominación que impone esta lógica. Por ello el nuevo paradigma a extender por el mundo tendría que incluir un cuestionamiento de la escala tanto en el ámbito corporativo como en la concentración del poder político o en la posibilidad de acumular patrimonio (que también implica poder político). Pero decidir con autonomía desde abajo y en ámbitos locales, (a escala humana), no tiene por qué llevar a la desconexión, a la irresponsabilidad sobre problemas comunes o a la ausencia de compromisos transnacionales vinculantes.

La cuestión es, volviendo al inicio, cuál es la legitimidad de esos compromisos (que ahora nos imponen desde las élites corporativas), y no tanto el grado de independencia entre territorios. De hecho, como hemos visto, la independencia política puede ser perfectamente connivente con la explotación internacional. La soberanía plena es al planeta lo que la propiedad privada a la vida en sociedad. Es necesario enmarcarla legalmente en unos límites de uso que preserven el interés público y la inclusión, (desde el color de la fachada o el humo del tabaco hasta los impuestos), y la cuestión es extender esa lógica a la responsabilidad colectiva de cada pueblo.

Podemos encontrar inspiración para este cambio de paradigma en la reflexión llevada a cabo por una parte de los kurdos que han evolucionado en su posicionamiento teórico desde el nacionalismo al confederalismo democrático. Extraigo unos párrafos del siguiente artículo que lo explica:

"Varios años antes, tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, el PKK había comenzado a reflexionar de manera crítica sobre el concepto de Estado-nación. Ninguno de los territorios tradicionales de los kurdos era exclusivamente kurdo. Por tanto un estado fundado y controlado por los kurdos automáticamente acogería grandes grupos minoritarios, creando el potencial para la represión de las minorías étnicas y religiosas del mismo modo que los propios kurdos fueron reprimidos durante muchos años. Como tal, un estado kurdo tendería a ser visto como una continuación del problema existente en la región más que como una solución al mismo.
Por último, después de haber analizado la interdependencia del capitalismo y el estado-nación, por un lado, y entre el patriarcado y el poder estatal centralizado por el otro, Öcalan se dio cuenta de que la libertad y la independencia reales sólo podrían llegar una vez que el movimiento hubiera cortado todos los lazos con estas formas institucionalizadas de represión y explotación...: "La tarea consiste en apoyar el desarrollo de una democracia desde abajo... que tenga en cuenta las diferencias religiosas, étnicas y de clase en la sociedad ".
...
Una confederación auto-organizada de municipios, trascendiendo las fronteras nacionales y los límites étnicos y religiosos, es el mejor baluarte contra la usurpación incesante de las potencias imperialistas y las fuerzas capitalistas."

Una nota sobre el pueblo kurdo. Desde mi punto de vista, los kurdos de los diferentes territorios que habita este pueblo parten de situaciones y de motivaciones muy diferentes a las que se dan en los nacionalismos occidentales. Aunque una parte de quienes promueven estos últimos, por ejemplo en Cataluña, compartan el ideario anterior, contrario a la globalización neoliberal, no es el caso de la mayoría de ellos.

Y una nota a favor de los niños mimados. No son pocos los burgueses ilustrados que a lo largo de la historia supieron relegar sus preocupaciones económicas en favor de todo tipo de pasiones personales, colectivas o políticas. Este me parece un camino importante para la transformación social.

Para terminar dejo los enlaces a la serie de entradas de este blog en las que planteé el problema de la globalización y la posible salida a la misma:

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