22/9/17

Aprovechar energías y metales de hoy para forjar herramientas simples de mañana

DEL FIN DE UN MUNDO AL RENACIMIENTO EN 2050

Hace treinta y tres años nacían Les Verts, primera organización unificada del ecologismo político en Francia. Hasta hoy, los representantes de este partido, y luego los de EE-LV  (Europe Écologie – Les Verts) su sucesor, han ocupado casi todos los tipos de mandatos de las funciones electivas de las instituciones republicanas. Más o menos para nada. Bajo el ángulo ecológico del estado geo-bío-físico de Francia —de Europa y del mundo — reconozcamos que el estado de salud de estos territorios no cesa de degradarse en comparación a 1984, como lo demuestran los informes sucesivos del IPCC, del UNEP, del Programa Geosfera-Biosfera (IGBP) y otras alarmantes publicaciones internacionales más recientes. 

Desde el ángulo social y democrático, se observa el mismo orden: aumento de las desigualdades, crecimiento de la xenofobia, endurecimiento de los regímenes políticos. Inicialmente provistos de una inmensa generosidad intelectual y portadores de la única alternativa nueva a la vieja izquierda y la vieja derecha, los ecologistas políticos hoy lo han perdido casi todo, incluso sus escaños. Aparecen caducos, por falta de estar presentes en lo real. Este ha cambiado mucho desde hace treinta y tres años, particularmente por la travesía del punto de báscula hacia un hundimiento global, sistémico, inevitable. En otro tiempo, inspirados por el informe Meadows o los escritos de Bernard Charbonneau, René Dumont y André Gorz, conocíamos ya las principales causas de la degradación de la vida en la Tierra y habríamos podido, desde aquella época y a escala internacional, reorientar las políticas públicas hacía la sostenibilidad. Hoy, es demasiado tarde, el hundimiento es inminente.

Bien que la prudencia política invite a permanecer en lo borroso, y que la moda intelectual sea la de la incertidumbre en cuanto al porvenir, estimo al contrario que los treinta y tres próximos años en la Tierra están ya escritos, grosso modo, y que la honestidad consiste en arriesgar un calendario aproximativo. El periodo 2020-2050 será el más trastornado que nunca haya vivido la humanidad en tan poco tiempo. Año arriba, año abajo, se compondrá de tres etapas sucesivas: el fin del mundo tal y como lo conocemos (2020-2030), intervalo de supervivencia (2030-2040), el inicio de un renacimiento (2040-2050).

La primera etapa del hundimiento es posible desde 2020, probable en 2025, seguro hacia 2030. Tal afirmación se apoya en numerosas publicaciones científicas que podemos reunir bajo la bandera del Antropoceno, entendido en el sentido de una ruptura en el seno del sistema-Tierra, caracterizado por el rebasamiento irreprimible e irreversible de ciertos umbrales geo-bío-físicos globales. Estas rupturas son en lo sucesivo imparables, el sistema-Tierra comportándose como un autómata que ninguna fuerza humana puede controlar. La creencia general en el liberal-productivismo refuerza este pronóstico. La imposición antrópica de esta creencia es tan invasiva que ninguna reunión alternativa de creencias logrará reemplazarla, excepto después del evento excepcional que será el hundimiento mundial debido al triple crunch energético, climático, alimentario. El decrecimiento es nuestro destino.

La segunda etapa, en los venideros años 30, será la más penosa debido a la brusca bajada de la población mundial (epidemias, hambrunas, guerras), del agotamiento de los recursos energéticos y alimenticios, de la perdida de infraestructuras (¿habrá electricidad en la región parisina en 2035?) y de la quiebra de los gobiernos. Será un periodo de supervivencia precario y desgraciado de la humanidad, durante el cual lo principal de los recursos necesarios procederá de ciertos restos de la civilización termo-industrial, un poco de la misma manera en que, después de 1348 en Europa y durante decenios, los supervivientes de la peste negra se beneficiaron, si es que se puede decir, de los recursos no consumidos por la mitad de la población que falleció en cinco años. Omitiremos las descripciones atroces de las relaciones humanas violentas consecutivas a la cesación de todo servicio público y de toda autoridad política, por todo en el mundo. 

Ciertos grupos de personas tendrán la posibilidad de establecerse cerca de una fuente de agua y de almacenar algunas conservas alimenticias y medicamentos para el medio plazo, esperando reaprender los saberes y quehaceres elementales para la reconstrucción de una civilización auténticamente humana. Sin duda podemos esperar que resulte, alrededor de los años 50 de este siglo, una tercera etapa de renacimiento durante el transcurso de la cual los grupos humanos más resilientes, en lo sucesivo privados de las reliquias materiales del pasado, reencuentren tanto las técnicas iniciales propias a la sustentación de la vida como nuevas formas de gobernanza interna y de política exterior susceptible de garantizar una suficientemente larga estabilidad estructural, indispensable a todo proceso de civilización.

Este tipo de frases tan breves como un eslogan pueden acarrear una sensación de malestar en el lector que vendría a preguntarse si la presente tribuna no es la obra de un psicópata extremista que se recrea en la negrura y la desesperanza. Al contrario, liberados de los desafíos del poder y de la búsqueda de efectos, no cesamos de actuar para tentar el evitar la catástrofe y nos consideramos demasiado racionales para estar fascinados por la perspectiva del hundimiento. No somos pesimistas o depresivos, examinamos las cosas lo más fríamente posible, aún creemos en la política. Los extremistas que se ignoran se encuentran más bien del lado del pensamiento dominante —de la religión dominante— basado en la creencia de que la innovación tecnológica y un retorno del crecimiento resolverán los problemas actuales. Si nuestra prospectiva es la más racional y la más probable, queda convencer a los militantes de EE-LV, los franceses y todos nuestros hermanos y hermanas en humanidad.

La disonancia cognitiva de nuestras sociedades impide que esto sea posible en el tiempo necesario. Sin embargo, las orientaciones políticas deducidas de este análisis se tornan relativamente fáciles de describir: minimizar los sufrimientos y el número de muertes durante los decenios por venir proponiendo desde hoy un proyecto de decrecimiento rápido en cuanto a la huella ecológica de los países ricos, del tipo del bíorregionalismo de baja tecnología (low tech), para la mitad superviviente de la humanidad de los años 40. Dicho de otro modo, aprovechar la disponibilidad terminal de energías potentes y de los metales de hoy para forjar algunas herramientas, utensilios y artefactos simples de mañana (años 30), antes que estas energías y estos metales no estén más disponibles. Sin sorpresas, desgraciadamente, nuestra perspectiva general no parece aún compartida por la mayoría de los ecologistas que tienen sus jornadas de verano en Dunkerque. Así, el plenario final del sábado 26 de agosto está en parte dedicado al “desarrollo industrial” en Europa. Un impulso hacia lo peor.

(Artículo publicado originalmente en el diario Libération el 23/08/2017, y posteriormente enMediapart. Traducido por Stéphane Bernatas y reproducido con permiso.)



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