7/8/17

Cada individuo debe decidir su propio destino, sin limitarse a seguir al rebaño

EL OCASO DE LA RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL


De un tiempo a esta parte, se ha extendido en muchos países la creencia de que los gobernantes poseen la capacidad, el deber y la responsabilidad de allanar todas nuestras dificultades, conjurar todos nuestros males, garantizar permanentemente nuestra felicidad. Muchos piensan que la política puede resolver cualquier dificultad que se presente a la sociedad. Pero es un error: con demasiada frecuencia, la política sólo se sirve a sí misma.

Proponiendo soluciones mágicas para cada dificultad, prometiendo cuidar mimar, proteger al ciudadano, incluso de sí mismo, muchos gobiernos han generado un creciente infantilismo social, fomentado una ciudadanía dependiente, quejumbrosa, blanda. Protestona pero muy poco crítica. Una suerte de masa pedigüeña, inclinada a despotricar pero no a buscar remedios. El omnipresente paternalismo estatal ha propiciado una notable mengua de la responsabilidad individual, un concepto ya demodé, construyendo un espejismo de nuevos “derechos”, mientras disolvía en el éter los correspondientes deberes. Supuestos derechos para algunos que, en muchas ocasiones, no eran más que obligaciones fiscales para el resto de los contribuyentes. O prerrogativas otorgadas por la mera pertenencia a un colectivo concreto, unas prebendas que aumentaron exponencialmente a medida que se multiplicaban los grupos interesados. No hay que caer en la estúpida trampa: los derechos especiales para un grupo concreto se denominan privilegios.


EL SIGLO DE LAS SOMBRAS

La Ilustración, el Siglo de las Luces, generó una de las transformaciones del pensamiento más profundas de la historia, una ruptura radical con las creencias de la sociedad estamental: la idea de que todos los ciudadanos eran depositarios de los mismos derechos, que la verdadera justicia consistía en una ley igual para todos sin distinción de raza, sexo, condición social, nacimiento o cualquier otra circunstancia. Una revolución que alumbró el concepto de ciudadano, un individuo libre, no súbdito, dueño de su futuro, con capacidad de cooperar, o de competir con los demás, de tomar decisiones por sí mismo en busca de sus anhelos y sus sueños. Se derrumbaban así, al menos en el terreno de las ideas, las infranqueables murallas que separaban nobleza, clero y plebe, fundiendo a todos ellos en esa ciudadanía depositaria de la soberanía nacional.

Pero este potente planteamiento, que comienza a quebrarse en el siglo XX, acaba seriamente cuestionado en los tiempos actuales. Ante la imposición de la corrección política, asistimos a un regreso de la sociedad estamental, donde el tratamiento que cada individuo recibe del poder, incluso la consideración que le otorgan las leyes, depende en gran medida del colectivo al que pertenece. Surge así una sociedad no ya compuesta de ciudadanos iguales sino de grupos con derechos distintos. Las leyes ad-hoc para personajes o colectivos concretos implican una regresión a aquella sociedad cerrada, trufada de barreras a la movilidad social, con notables desigualdades de derechos.

Para justificar estas intervenciones, los dirigentes argumentan que hay que garantizar la seguridad, salvarnos de terribles peligros, promoviendo así una sociedad del miedo que se asusta de su sombra. O que deben asegurar la igualdad, paradójicamente otorgando a cada grupo derechos distintos, como corresponde a la llamada “discriminación positiva” o “acción afirmativa”. Sin embargo, los ciudadanos generalmente admiten de buen grado la desigualdad debida a diferencias de mérito y esfuerzo. Pero suelen tolerar muy mal aquélla que proviene de influencias, amiguismo, sobornos, favores, privilegios o trabas deliberadas a la sana competencia.


UNA SOCIEDAD ORGANIZADA EN REBAÑOS

El verdadero motivo de la discriminación positiva no es fomentar la igualdad.  Los gobernantes descubrieron que resultaba mucho más fácil aferrarse al poder en una sociedad organizada en diferentes rebaños, en permanente contienda por el presupuesto, reclamando cada uno prebendas a costa de los otros. Un régimen clientelar, donde los votos se logran concediendo  privilegios legales a determinados grupos u otorgando dádivas a ciertos colectivos con el dinero de los contribuyentes: un malsano juego de suma cero donde los beneficios de unos son los costes de otros. El engaño está dirigido a justificar la arbitrariedad de la clase dirigente, evitar un gobierno transparente, limitado, controlado, forzado a rendir cuentas. Y a desterrar definitivamente esa sociedad basada en el mérito y el esfuerzo.

Todo este proceso debilita sustancialmente el funcionamiento de los sistemas democráticos pues la democracia requiere una ciudadanía responsable, independiente, segura de sí misma, conocedora de sus deberes. Comprometida a dedicar tiempo y esfuerzo a controlar constantemente al poder, a identificar los fallos del sistema y a exigir las oportunas reformas. La responsabilidad personal, la idea de que cada individuo puede y debe decidir su propio destino, sin limitarse a seguir al rebaño, es consustancial a las sociedades abiertas, a los regímenes de libre acceso. 
 
El ciudadano consciente de sus derechos y obligaciones no resulta fácil de adoctrinar, ni de ser disuelto en el grupo o la masa. Estas personas tienden a exigir cuentas claras a los gobernantes; no a poner la mano, a solicitar de ellos el favor. No es de extrañar que los políticos teman a este tipo de ciudadano… más que al diablo.

@BenegasJ & @BlancoJuanM
https://benegasyblanco.com/2017/03/07/el-ocaso-de-la-responsabilidad-individual/

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