10/2/17

Esto va de alternativas, no de una nostalgia romántica de los billetes

LA GUERRA CONTRA EL DINERO EN EFECTIVO (II)
Bancos, gobiernos, compañías de tarjetas bancarias y evangelistas de la tecnología financiera quieren hacernos creer que el futuro sin dinero en efectivo es inevitablemente bueno. Pero esta utopía no carece de fricciones. Brett Scott relata por qué hay que luchar contra esto.


El uso de sistemas de comunicación de alta velocidad para ajustar información de código binario sobre quién tiene qué dinero puede que sea nuevo, pero el dinero contable, es tan viejo como el concepto de depósito de valor. Las piedras Rai de la isla de Yap eran tan enormes y tan imposibles de mover que, a pesar de parecer fichas físicas, eran una forma de depósito de valor. En lugar de ser movidas físicamente – como el dinero en efectivo – se mantenía un registro en la cabeza de la gente, acumulado en la memoria colectiva. 

Si la persona propietaria quería transferir la piedra a otra persona, editaban el libro contable simplemente informando a la comunidad. ¿Por qué mover la piedra física si simplemente se lo puedes decir a todo el mundo y que recuerden que la piedra “se ha movido” a otra persona? La principal razón por la que nos es difícil reconocer esta forma de registro colectivo como una forma de ausencia de efectivo, es que el libro contable es invisible e informal.

Sin embargo, una sociedad sin efectivo, se nos presenta como un progreso futurístico, en lugar de como una historia pasada. Algo que está de moda para los futuristas, emprendedores y los gurús de la innovación. A pesar de que sí se pueden identificar tendencias reales en los comportamientos y gustos sociales, también hay tendencias en el comportamiento y gustos entre los cazadores de tendencias. A estas personas se les paga por fichar cambios y por lo tanto reciben incentivos por dar bombo a cambios menores para que parezcan el final de la historia, nuevos yacimientos o revoluciones.

Las comunidades innovadoras están siempre en peligro de perder su idiosincrasia haciéndose eco de las palabras de moda, convirtiendo las especulaciones de otros en certezas concretas. Estas fábricas de predicciones siempre producen las mismas frases: “en el futuro tendremos…” y “en el futuro no tendremos…”, por tanto en el futuro todos tendremos pagos digitales y en el futuro no tendremos efectivo.

Esta es la utopía presentada por la creciente industria de los pagos digitales, que espera convertir en profecía el perpetuo espejismo de la sociedad sin efectivo. De hecho, un truco clave para promover sus intereses es hablar de ellos como si fueran obvios e inevitables en su ejecución, lo que hace al resto sentirse idiotas por no reconocer el aparentemente inevitable cambio.

Para crear tendencia también es necesario presentar algo que la gente demande. Una frase como “en todo el mundo la gente se está cambiando al pago digital” no se dice para describir lo que la gente necesita. Se dice para decirnos lo que deberíamos querer y para hacernos sentir en sincronización con el resto. Por ejemplo, el fintech Fich Ricci invocando a los millenials con el extraño poder de su moral para definir el futuro. Les repulsa la corporeidad del dinero, y se sienten atraídos con los artilugios fintech. Pero esta gente, no es para nada gente real. Son un arma del arsenal de los departamentos de marketing para hacer sentir prehistórica a los demás. Hacen que no lo están provocando, simplemente respondiendo a las demandas de las nuevas generaciones.

Así que nos tragamos la campaña de Visa sobre el orgullo del Cashfree. Visa se las ingenia para crear esa vergüenza y hacernos creer que lo que queremos, es lo mismo que lo que ellos quieren. Si no lo quieres, simplemente recuerda que es un cambio inevitable, y que si no te vas a quedar atrás.
Pero este Nuevo Sistema va a dejar a muchos atrás. Está programado el incluir sólo a aquellos con acceso a las cuentas bancarias, y las cuentas bancarias están alojadas en corporaciones con ánimo de lucro que operan a esa escala. No tienen tiempo para idiosincrasias individuales. No pueden conseguir beneficios con las personas que no son fácilmente categorizadas y modeladas por una plantilla.

Así que buena suerte si sólo te encuentras a ti mismo en apariciones esporádicas en los libros oficiales del estado, si eres un migrante rural sin una fecha de nacimiento registrada, si no tienes familiares identificables o si no tienes DNI. Lo sentimos si no tienes marcadores de estabilidad, si eres un viajero convencido sin una dirección permanente, si no tienes teléfono o email. Disculpas si no tienes estatus, si te encuentras en la economía informal sin activos o con ingresos inestables. Condolencias si no tienes sellos oficiales de aprobación de los porteros oficiales, como certificados universitarios o registros de empleabilidad en una compañía formal. Adiós si tienes registros negativos de compromiso con instituciones reconocidas, o si estás en un registro criminal o de insolvencia.

Esto no es un problema menor. El Banco Mundial estima que hay dos mil millones de adultos sin cuenta bancaria, y aquellos que la tienen, frecuentemente se apoyan en la flexibilidad informal del efectivo en sus transacciones diarias. Estas personas están marcadas por ser incompatibles en el espacio de las instituciones formales. Son poco beneficiosos para que los bancos justifiquen el gasto de abrirles una cuenta bancaria. Esta es la economía gris, invisible para el sistema.

La economía gris no es sólo para la gente “pobre”. Somos cualquiera que no hayamos interiorizado la narrativa formal del estado-corporación de normalidad, y cualquiera que busque un estilo de vida fuera de la sociedad mainstream. El futuro presentado por los gurús de la innovación auto-creada no tiene sentido para la gente flexible, impredecible o invisible, ya que son los representantes el atraso. El futuro es un mundo de opciones de consumo interminables construido sobre una uniformidad digital inevitable de reglas automatizadas, un matrix donde no puedes existir ni pensar.

Volviendo a Ámsterdam, me vi con Ancilla van de Leest del Partido Pirata holandés. Ancilla sólo va a locales que aceptan cash, fiel a su creencia política de la privacidad individual frente a los ojos cotillas del estado-corporación.
Sería incorrecto asumir, sin embargo, que la principal preocupación de Ancilla es la vigilancia al estilo Gran Hermano. Es cierto que nuestros patrones de consumo revelan mucho sobre cómo vivimos nuestro día a día. Las implicaciones sobre la privacidad de tener estos registros en una base de datos tan sólo están empezando a revelarse.

Sabemos que la vigilancia de los pagos individuales ocurren por el interés del FBI y NSA (Agencia de Seguridad Nacional), pero la rutina de la vigilancia masiva podrían convertirse en norma. Imaginemos sistemas automáticos que se accionan por cualquiera que se vea envuelto en una serie de transacciones consideradas subversivas. Las autoridades estatales están obligadas a crear sistemas que revelen discrepancias entre tus patrones de gasto y tus beneficios declarados.

En las reuniones de los fintech en Londres, las excitantes visiones de una sociedad sin efectivo ahora vienen acompañadas de la alerta de que deberíamos pensar en el poder que les estamos dando a aquellos que controlan el sistema. No sólo los intermediarios de pagos pueden ver cada vez que pagas por el acceso a una web porno, sino que tienen la capacidad de censurar tus transacciones, como en el caso en el que Visa, PayPal o MasterCard trataron de ahogar WikiLeaks rechazando procesar las donaciones de la gente.

Podríamos imaginar escenarios aberrantes de ciencia ficción donde un régimen teocrático escribe decretos para que los procesadores de pagos bloqueen cualquiera que trate de comprar un libro considerado sexualmente subversivo. Dichos decretos podrían ser puestos en funcionamiento mediante un código, con subprogramas que activen cierres de seguridad inteligentes para mantener a los malhechores bajo arresto domiciliario mientras les cobran una multa de manera automática en su cuenta bancaria.

Estas distopías automatizadas deberían ser evitadas. Así que una pequeña dosis de paranoia sobre los pagos digitales es un impulso sano, aunque sea injustificado.
Pero este no es exactamente el punto. Lo que es más importante para Ancilla y para mi es la amenazante sensación de un observador externo que nos “asiste”, “guía” o “ayuda” en la vida, siguiendo o registrando nuestros movimientos para influir sobre nosotros.

El observador no es una sola entidad. Es un conjunto colectivo que se construye por fases incrementales a través de startups y compañías alrededor del mundo mientras nosotros nos tomamos un café. Lo sentimos infiltrándose cada vez más profundamente en nuestras vidas. Una malla de aparatos conectados, cookies y sensores. Si lo concebimos como un padre benevolente o como los ojos amenazantes de un tirano, no importa. El hecho es que esos ojos tienen la capacidad potencial de vigilarnos, todo el tiempo.

La proclamada Muerte del Efectivo es un episodio de un drama más amplio, que es el drama de la Privacidad, la muerte de tener un espacio para respirar, la muerte de la posibilidad de comportarnos sin ser medidos o auditados. Cada acción que lleves a cabo será vinculada para siempre a tu personaje digital, acompañado por un rastro de datos extensible hasta el día de tu nacimiento. Nos enfrentamos a una generación completa de personas que no saben lo que es no estar vigilada.

Para muchos economistas, la Guerra del Efectivo será resuelta por su dios favorito: el mercado. Esta fuerza prevalece cuando la maximización de la utilidad de los productores y consumidores se organizan alrededor de elecciones racionales basadas en la perfección de la información que tienen sobre sus opciones, y con la total libertad de elegir si pueden, o no pueden llevar a cabo esas opciones. Si las transacciones de los pagos digitales reducen los precios, entonces el efectivo morirá.

El reino prístino de la teoría del mercado es inadecuada para valorar las dinámicas de esta situación. Nuestra percepción de qué constituye una opción legítima no se genera en un espacio vacío. Nacemos en estructuras sociales de poder que nos indican qué es la normalidad, y nos señala si no elegimos “correctamente”.

Probablemente seas un rebelde que desafía las normas culturales vigentes, pero esas normas están creadas por aquellos que detentan el poder financiero y mediático. En este momento, el soporte de la propaganda que ensalza las ventajas a corto plazo de los pagos digitales está disolviendo nuestros impulsos críticos y reconformando nuestro ADN cultural. ¿Quién está pensando en las implicaciones a largo plazo acerca de construir nuestras vidas en torno a estos sistemas, y encerrarnos en una dependencia directa de los mismos?

Al contrario de una batalla que utiliza la violencia, la hegemonía es el ejercicio de poder que lleva a la gente a creer en ello, a verlo como inevitable, irrefutable y normal. El plan de Visa de cuatro años es uno de esos ejercicios, y una vez que lo hayamos internalizado, elegiremos ayudarles a construir su poder. Nos sentiremos extrañamente tranquilos viendo al Alcalde de Londres llevando la publicidad de MasterCard, descargaremos el ApplePay como un niño aturdido aceptando un regalo.

Preparémonos para la Guerra del Efectivo. Recordemos que esto no va de una nostalgia romántica de los billetes de 10 con la cara de la reina. Esto va de mantener alternativas ante la asfixiante higiene del panóptico digital construido para servir a las necesidades de los comerciantes burócratas que maximizan el beneficio, reducen costes, monitorean a los clientes, controlan y predicen nuestros comportamientos. Los alemanes están en ello, junto con los criminales, los mendigos, las personas que se ganan la vida en la calle y el ejército de gente cuyas vidas nunca serán valoradas con cinco estrellas por el sistema de reputación mainstream.

Tenemos que crear alianzas con los proveedores de los sistemas monetarios no bancarios, y sí, debemos mantener la opción de poder pagar con tarjeta. Porque la lucha está precisamente en eso: en las opciones.







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