17/1/17

El progreso se basa en el equilibrio entre las partes de un sistema

VIVIR SENCILLAMENTE: Simplicidad voluntaria


Podemos ver que la simplicidad voluntaria es revolucionaria en la medida que es la antítesis del sistema que necesita el crecimiento continuado por subsistir. Como ya alertaba Illich en los años setenta, delante de los límites del sistema, nos encontramos en la posibilidad de una reconstrucción convivencial fundada en la austeridad voluntaria que emerge de la ética individual y colectiva, llevando a la renuncia voluntaria de toda producción y consumo de objetos o instrumentos que malogren la armonía dinámica del sistema.

En el otro extremo, el ecofascismo, la respuesta autoritaria y represiva que emerge de la imperiosa necesidad de preservar los delicados y complejos equilibrios sociales y ecológicos a partir del control y la imposición tecnocrática y policial de normativas, restricciones y todo tipos de controles sobre la acción individual y colectiva allá dónde estos limites no son logrados en función de la conciencia individual y colectiva de las personas.

Tener menos por vivir más allá de nuestra supervivencia social y biológica; la simplicidad voluntaria se justifica por si misma como un elemento central del arte de vivir y vivir bien. Contrariamente a la creencia moderna que ve en el crecimiento y la acumulación ilimitadas la base del progreso y de la mejora cualitativa, el bien (la ética) y el bueno (la estética) se basan en el equilibrio entre las partes de un sistema y no en el crecimiento desenfrenado de una de sus partes. 

Así, tal y como muestra
Max-Neef en su Desarrollo a escala humana, las necesidades humanas son finitas y limitadas, no ilimitadas. Lo que pueden ser infinitos son los satisfactores, es decir, los medios que diferentes sociedades tienen para satisfacerlos. Tenemos una necesidad limitada de ingestión de alimentos e incluso de necesidades intangibles como la libertad o la participación. De hecho, una vez que llegamos a un grado adecuado de libertad y autonomía a la hora de estructurar nuestra existencia, abdicamos con placer de parte de nuestra libertad individual en pro de la participación y las relaciones con las demás.

De hecho, más allá de un determinado límite, la satisfacción de determinadas necesidades se traduce no en bienestar, sino en enfermedad. La sobrealimentación se convierte en obesidad y la sobrelibertad en soledad y, tal y como muestran
Maturana y Varela, en la pérdida de todo que nos caracteriza como humanos en la medida que somos el fruto de una historia individual y colectiva dónde nos (re)creamos continuamente en nuestras interrelaciones con los demás.

Traducción de un extracto del artículo Viure simplement per simplement viure. Andri W. Shahel en el número 162 de la revista Illacrua monogràfic decreixement


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